“Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”
-Truman Capote
Truman Capote murió el 25 de agosto de 1984. Treinta años después, la magnitud de su obra y su envolvente personalidad, capaz de inspirar fascinación como desprecio, hacen del autor de “A sangre fría” un escritor de culto, un hombre misterio, un periodista inconforme que escribió desde muy pequeño para luego llegar a la juventud con un refinado y único estilo. Dicen que era autodestructivo, que sus excesos lo hacían caer y levantarse a un ritmo que muy pocos resistían, que amaba el escándalo, que la depresión le impedía moverse, que le habían pronosticado una muerte por ahogamiento, que su ego era inmenso, que no podía disimular cuando algo le parecía inferior, de segunda categoría. Dicen también que era un genio, y sus lectores fieles lo creen.
Capote ((Nueva Orleans, 30 de septiembre de 1924 – Los Ángeles, 25 de agosto de 1984) pensaba en la muerte como algo cercano y parecía no asustarse. En una entrevista, tomada de “Conversaciones con Capote” de Lawrence Grobel –entre 1982 y 1984–, recopilada por la revista Bocas de El Tiempo, el escritor confiesa que sabía bien cuando la depresión irrumpía. La mayoría de depresivos crónicos lo sabe. La depresión no llega de golpe. La depresión va despacio como para abrazarte, pero es condena y cruz. Capote identificaba la depresión por esas ganas de no levantarse de la cama, tenga o no tenga sueño. Así iba llegando. Entre sus etapas con las drogas y el alcohol, y su frenética determinación por escribir, Capote resistió. Capote aguantó lo que pudo. No buscaba la felicidad. “Sólo diré que no soy una persona feliz. Sólo los imbéciles o los idiotas son felices”, anotó.
Caprichoso y supersticioso, Capote –irónico, de voz chillona y elegante al vestir, pero rozando lo que algunos definen como extravagancia– era de los que no marcaba ciertos números telefónicos porque al sumar los dígitos resultaba una cifra de mala suerte. Por esa misma razón, evitaba habitaciones de hotel. No soportaba las rosas amarillas y no podía permitirse que tres colillas de cigarrillos estén en el mismo cenicero. No viajaba en un avión con dos monjas. No comenzaba o terminaba cualquier cosa en un viernes.
A propósito de los 30 años de su muerte, recopilamos 15 lecciones que nos deja este escritor fascinante, inspirador de cronistas y de periodistas interesados en lo que fue ‘el nuevo periodismo’.
1. LA HOJA EN BLANCO
Para Capote, como para muchos escritores, la hoja en blanco era sinónimo de angustia. “Es decir, yo siempre me pongo muy, muy nervioso al comienzo de la jornada de trabajo. Me lleva mucho tiempo empezar. Una vez que empiezo, voy tranquilizándome un poco, pero haría cualquier cosa por aplazarlo para más tarde. Debo tener unos quinientos lápices afilados, pero vuelvo a sacarles punta hasta dejarlos en nada. En cualquier caso, me las arreglo para escribir unas cuatro horas al día”.