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(Me rehúso a reproducir esa foto. Mis disculpas a los lectores)

por Miguel Fernández Martínez (corresponsal de Prensa Latina)

La foto del niño sirio Aylan Kurdi, sin vida sobre la arena de una playa turca, restalla como un látigo sobre la conciencia de una Europa hipócrita y silenciosa, que niega protección a sus propias víctimas.

A sus tres años, Aylan se suma a la larga lista de sirios muertos a consecuencia de un conflicto que dura más de cuatro años, y que ya se aproxima peligrosamente al cuarto de millón de víctimas.

Europa, Estados Unidos, Israel y sus gendarmes alentaron esta guerra fraticida que cobró la vida de Aylan, un niño que perdió todos sus sueños en la playa turca de Bodrum, tratando de encontrar amparo en las islas griegas de Kos.

Aylan Kurdi murió sin saber por qué sus padres se lanzaron a una aventura que les costaría la vida, sin tener idea que su país perdió la paz por la voracidad de sus peores enemigos, los mismos que hoy amurallan sus fronteras para no ver el desespero que reflejan los que huyen del terror.

Partieron de Kobane, poblado sirio cuyo verdadero nombre es Ayn al-Arab (el ojo del árabe), tratando de huir de la desgracia y la muerte impuesta por las bandas terroristas que, desde las lujosas y señoriales capitales de Europa, reciben fondos para seguir masacrando civiles.

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