Cuando este martes el Papa Francisco se dirija a una representación de la familia cubana en la catedral de Santiago de Cuba lo hará a una familia profundamente marcada por la crisis económica de los últimos años, logros sociales que lograron sobrevivir a las carencias y varias crisis migratorias que dividen, hasta hoy, a miles de hogares de la isla.
La familia que recibe al Papa Francisco es, no obstante, una familia que ha logrado sobrevivir, bajo sus propios códigos, a todos los obstáculos impuestos además por un clima político de enfrentamiento con Los Estados Unidos, el país hacia donde, de hecho, se dirigen la mayor parte de nuestros emigrantes, y que recién da un vuelco con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre las dos naciones.
Pero si algo ha afectado a la familia cubana fue la crisis económica de los noventa, a raíz de la caída de la hasta entonces aliada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Algunos efectos solo quedan en el recuerdo. Gloria Martínez ya puede reírse de aquellos tiempos, a pesar de todavía hoy algunas carencias sobreviven. “Lavábamos con matas, aprendimos a hacer magia en la cocina para freír huevos sin aceite, o inventar un almuerzo de la nada, porque nada era lo que había”.
Y con las carencias entrando por la puerta, el amor empezó a salirse por las ventanas. Fueron, según datos estadísticos oficiales, años en los que las tasas de divorcios crecieron a niveles solo vistos en la década de los noventa.
En el año 1991, cuando la crisis pisó realmente fuerte, los divorciados superaron los 43 mil 600 y solo un año después esa cifra creció a los 63 mil 400 separados por ley, pero ningún año, desde 1970, supera en rupturas oficializadas al 1993, cuando se divorciaron casi 65 mil cubanos, para la tasa por mil habitantes más alta en cuatro décadas, de 6.0.
Pero no solo era la escasez de alimentos, de vestido…, sino de techo. Los problemas de la vivienda en Cuba, a pesar de los contingentes y los nuevos repartos, también sumó retos a la familia cubana.
Y ahí se dio el conflicto o por lo menos el cambio entre el hogar y la familia que, a la luz de los últimos años, ya no son la misma cosa.
Muchas veces con más de una familia por casa, se acrecientan los conflictos generaciones e intrafamiliares, pero también se fortalecen los lazos entre abuelos, padres e hijos, y se salvaguarda la tradición, la cultura, la religión de la familia.
Ese vivir juntos es, quizás, lo que al tiempo nos ha ayudado a sobrevivir a los problemas y a los que se van, porque en Cuba son muchos los sitios que faltan en las mesas familiares.
Y no solo se van los que lo hacen definitivamente que en el 1980 llegaron a ser más de 140 mil. La de los médicos, profesores, profesionales que hoy trabajan en cientos de países es también una ausencia que se siente al interior de los hogares cubanos.
Pero también el Papa encontrará a una familia instruida, fruto de años de un sistema educativo gratuito que llega hasta los sitios más alejados de las ciudades, que llega al Vedado pero también a La Unión, a ocho kilómetros a pie de un pueblito de Yateras, en los pies de un maestro que lleva conocimientos donde un niño enfermo lo necesita más.
Es también una familia que, en estos años, no ha tenido que enfrentarse a índices de violencia que les impidan sentirse seguros, que los tranque en sus casas, que los haga temer todo el tiempo por sus hijos.
Es también una familia que ha encontrado en la fe, en el encomendarse a la virgen, a yemayá, a olofi, a todos los santos…, un sustento para la vida, un medio para pedir por sus miembros, por la salud, por toda Cuba.
Es una familia que no ve una guerra en su suelo hace más de cincuenta años. Una familia que ha aprendido a ser solidaria con ella misma y con los demás, una familia de puertas abiertas.
Francisco se dirigirá a una familia sana. Sana de espíritu pero también de cuerpo. Una familia que llora por los suyos, por sus enfermos en los hospitales pero no conoce el horror de la orfandad, el desasosiego de sentirse sola.
Una familia que ha sufrido mucho, pero que a pesar de todo sonríe y guarda la alegría como una lumbre, en los tiempos más fríos. Una familia que es este mismo pueblo, un pueblo que, ya lo dijo el Papa, tiene vocación de esperanza, y de grandeza.