Archivos Mensuales: agosto 2017
El cuándo…
Osvaldo dice que lo vio venir, que cuando el presidente se refirió a las deformaciones del trabajo por cuenta propia en la clausura de las sesiones de la asamblea nacional, él sabía que no tardaría la reacción práctica.
Y llegó. Casi medio centenar de actividades por cuenta propia no tendrán nuevos miembros hasta nuevo aviso y unas pocas desaparecerán de las aprobadas en ley hace menos de una década.
Hay gente que entiende, generalmente gente que trabaja con el estado, se dedica a la economía informal y por lo tanto vive al margen de contribuciones y formas -el chiste del barrio el día que se publicaron las modificaciones era que el mejor negocio era el de la bolita, que no «llevaba» licencia-…, la que no se afecta por ningún costado, a fin de cuentas.
Pero mucha gente no entiende. La que ya tiene sus papeles de cuentapropista y ahora se pregunta lo que vendrá después. Los que tenían planes para abrir su timbiriche o su casa de citas, su paladar o sus equipos para fiestas, con inversión incluida, con planes dejados, con proyecto de vida, y ahora ven todo perdido.
Es una readecuación. Es un perfeccionamiento. Es lo que se repite en la prensa, aunque la propia desconfianza que generan las nuevas medidas ya sean un mal síntoma para todos, incluidos los emprendedores en potencia del sector no estatal dentro y fuera de Cuba, a fin de cuentas, y aunque la ley no los menciona, buena parte del dinero que sustenta los negocios más sólidos de la Isla proviene de la emigración. Pero lo más importante, o por lo menos lo que le hace perder el sueño a Osvaldo y a otros como él, no se dice por ninguna parte.
A la gente que le importa, le inquieta el cuándo.
Un plazo, insiste Osvaldo, hubiera sido algo. No todo lo necesario, todo lo calmante, pero mejor que nada.
Madres mías…
Dicen que soy hija de Oshún, y de Yemayá. Dicen que a la deidad coqueta, la madre de los rios y las aguas dulces, la de los girasoles y la miel, la llevo estampada en la frente, y que por la familiaridad con la segunda, mujer profunda de azul y blanco, debo visitar poco el mar, porque me llama.
Pequeña crónica viajera
Me subo al almastrote. Un paso, otro, y arriba. Los pies mojados. Los escalones mojados. El interior mojado. Nada que ver con los camiones supersónicos de los que me hablaron, esos más rápidos que las yutones, con asientos chinos, cristales cómicos y hasta aire acondicionado.
«Vuelan, mija, vuelan!, me dice alguien a quien no le he preguntado más que cuál es el que va para Guantánamo, ahora mismo no sé si en tono de elogio o advertencia, pero igual cuento por última vez el dinero y me subo, buscando mi puesto.
Este es un camión rojo y chato. Sin swing. Sin nada brillante. Con asientos de vinil rojo que en algunos puestos no han podido contener una tripa de espuma marrón, incontinentes.
Veo otros al lado del mío. Los preferiría, me bajaría ahora mismo. Pero estoy en La Habana, mi hija está enferma en Guantánamo, y ningún otro va más cerca que este.
Poco antes. !Santiago, Ciego, Camaguey, Bayamo! Lo grita un hombre que, coincidencia, es de Guantánamo. Un poco antes me preguntó si soy la hija de Beatriz, trató de explicarme dónde vivía, muy cerca de mi casa, y finalmente me dijo que trabajaba allí. En ese momento, en el de la conversación, casi le pido que haga algo por mí, pero luego entiendo que es uno más en el potaje espeso de quienes intentan buscarse la vida en la terminal. Lo suyo, es gritar.
Ya estoy sentada. Ahora aguanto. Me digo. Claro que no sabía que tendría que aguantar muchas cosas. La mujer del asiento de alante. Insoportable, con su voz de trompetilla y su manera de hablar como si fuera la vocera del resto de las almas. A mi vecino de al lado, que antes de la salida me repitió tres veces que su puesto era el de la ventanilla, y que en las horas siguientes seguramente se defecó en mis muertos porque su puesto, el de la ventanilla, lo condenó a mojarse con los mil y uno aguaceros que nos bautizaron por el camino. Las 16 horas desde la Habana hasta el Cristo. Las paradas en sitios que nunca había visto en mi vida. Medio día sin una comida que pudiera llamarse como tal. Caliente solo el café. La malta. El agua.
Pero eso es después. Ahora aguanto.