Archivo de la categoría: Mis poemas
El farol
Mi abuela te espera cada día
Deja prendida para ti una luz
Al fondo de la noche.
Mi abuela pregunta cuándo llegas,
Cuándo te vas, si estás entero.
Mi abuela hace sitio en la mesa
Y se queda esperando,
Mece los sueños en el sofá,
Hasta que le aviso que ya es
Hora de dormir.
Quién tuviera su fe en tu regreso
cada noche, su no saber,
La suprema ventaja de la desmemoria.
Mujer bajo la lluvia
Una mujer bajo la lluvia es un enigma
Que se construye en cada gota
Una autopista a la ternura.
Una mujer bajo la lluvia es una oración abierta
Sin comas, sin puntos finales, solo los suspensivos.
Una mujer que se ase a la lluvia, y la abraza
Es siempre una mujer desnuda
Un cuerpo poseído por los mares
que la recorren, inexorablemente,
Besan sus nalgas, el hilo de infinito de sus senos,
Descubren abismos imposibles
Y revelan hasta los más íntimos deseos.
Una mujer que se lanza a la lluvia
Provoca el desasosiego de los otros,
Ellos, los pobres, tan cuerdos.
Cruz verde
Dijiste cruz verde
Y jugabas
Sucede siempre
La gente dice y yo asiento
Abro los oídos
casi pueden ver las espirales en mi cabeza
pero de todas formas no escucho
no importa si digo “sí”,
y ahuyento los elefantes por un rato
Ahora recuerdo
Hablabas de un borracho
Inspirador de cuentos.
Buena historia, no hay dudas
Pero yo andaba en otros sitios
Quizás en la cabeza del borracho que
Tu amiga ve todos los días
Para escribir sus invenciones
Si acaso se mirara ella misma
Ignoro si la historia
Nos seguiría pareciendo buena
Pero no te lo digo
Al final es cierto que es mejor el borracho
Que su vida de colegiala buena
Que no sabe que el paraíso a veces
da miedo
Y puede ser también ese borracho
Que bosteza
chupa la última gota de su botella verde
y a pesar de ello no la maldice.
No hay dudas,
Es mejor el borracho
Que ella, tú, yo misma
En eso pienso cuando dices
Cruz verde
Y no entiendo que sólo es una broma
Un aterrizaje forzoso de los monstruos que ensartan mi cabeza
Mientras camino cerca de tu escuela
En la esquina donde el borracho
Ve pasar la vida
Y se consuela.
La diferencia es que no me interesa escribir nada
Sólo le daría algo
Un poco de dinero
Una botella
A fin de cuentas qué importa, si vuela,
Dónde crecen sus alas.
Idilio
Sueño a un hombre
Y lo escribo
Lo sumerjo en mis párpados
Lo dejo acurrucarse, levemente, en mis noches.
Sueño a un hombre y lo espanto
Lo salvo de mis martes, de mis domingos tristes.
Lo llamo como un amo exige lo que le pertenece
Y a pesar de ello espero que acuda prevenido.
Amo a un hombre y lo escucho
lo observo, inmóvil,
En una foto que guardo como gloria.
Sueño a un hombre,
Que es como una cruz que no ha pedido
Ser llevada.
Y lo peor es que no hay manera de evitar
El sueño, el amor, el desvarío.
Ni puerto existe donde sea posible el encontrarnos.
Sueño a un hombre y me escondo,
Me crispo, me enderezo, me castigo
La piel y los humores.
Sueño a un hombre que existe,
Y eso me arrasa el alma.
La soledad como circunstancia
La soledad como circunstancia
Saber que soy solo yo, con mis demonios
Sin reflejos
Porque nadie piensa en mi sombra
Ni me besa los labios con lágrimas
La soledad como aire, agua, compañía
Como mar que me condena a la isla
Es la soledad, anunciándose inevitable
Incluso cuando hay tregua.
La soledad que me marca el látigo en la frente
En los ojos, en el vientre y los pasos.
Siempre se van los hombres que me aman.
Nunca acaban de llegar quienes amo.
Me dejó mi padre temprano y ahora es como una sombra
Un abrazo que se queda inconcluso porque no recuerdo mi papel,
Cuando todavía era, y no se había ido.
La soledad como fin del amor
La soledad, flagelante, honda, mezquina
Acechando, latiendo como si la llevara dentro.
La soledad, qué mierda, de qué vale esperar tanto…
Por nada.
Mi muchacho
Ese muchacho que me espera afuera
llegó temprano, sin anunciarse un día, una hora siquiera
interrumpió mi sueño
y aún sonríe sin conocer mis iras.
Si otro hubiera sido y no él, con su piel que disloca mis nortes,
Sería ya víctima, como intruso que es a todos los efectos,
De los rasgos amargos que dibuja mi cara en tales casos
Y de mi voz, a veces,
Cuando el sueño es profundo o divertido.
Pero es ese muchacho y no otro quien perturba mi descanso
me hace cosquillas con su nariz de Pinocho
y dice que soñó conmigo y que gritaba.
Yo Gritaba.
Yo que quiero desbocarme sobre su cintura
y que me cabalgue, o yo a él,
como hacían los hombres del pasado en sus cuevas,
al fuego de la lumbre.
Como aquellos, tampoco nosotros hablamos del amor
Ni queremos pensarlo.
Alguna vez, hace bien poco, tuve la sensación de que podría amarlo.
Incluso un día, muy frío, eso seguro,
se lo dije bien bajo
pero no me escuchó, o no quiso.
Pasa que ese muchacho llegó a mi vida por encargo y
se fue ligero
sin rituales, sin lágrimas, sin extrañarnos demasiado.
Civilizadamente.
Si quisiera ser consecuente con los hechos
ahora mismo le dijera que se vaya
recoja los olores prendidos en mi cuarto
y no regrese nunca.
Pero ese muchacho, cuando se marcha, arrebata las islas a mis naúfragos
esconde de mi cuerpo las ganas de olvidarlo
y hace que lo recuerde,
Dios lo guarde, si no vuelve temprano.
En su ausencia, no obstante, sigo mi vida y beso a otros
pero tampoco hablo de amor
y ellos se cansan de mí o yo de ellos,
o un buen día descubren que no me merecen.
Luego lo busco. Siempre lo busco y él lo sabe.
Sé por mi parte que se retrasa adrede
para avivarme los reproches
y resolverlos, cuando llegue, enroscados.
Nos abrazamos fuerte y, a ratos, percibo su cariño
como algo tangible
una silla, una mesa, una taza de té
o el colchón que ya se acostumbra a su peso.
Sospecho que está tan solo como yo
y como yo busca orgasmos
donde esconder las ganas de abrazar,
vivir con alguien, quererlo.
En eso pienso cuando llega el muchacho.
Correspondo a su sonrisa. Sólo una vez.
Será mejor que vuelva más tarde.
Guantánamo, 13 febrero de 2010
Polvo al polvo
Ojalá te mueras ahora mismo.
Dentro de una hora o dos,
El tiempo suficiente para decirle adiós
A los pocos amigos y al perro de la casa.
No hay amores llorando a tu diestra
Ni nada que te ate demasiado
Acaso ese acompasado rumor con que respiras
Y el baile trastocado de tus últimos pasos.
Nadie te extrañará en la cocina,
Ni buscará tus fotos
Para encontrarte el rostro.
Cuando por fin te mueras,
Será un final definitivo, sin preguntas…
Y luego, al polvo.
Desobediencia
No quiero acostumbrarme a estar sin ti
A este vacío que ocupa sitios en mi alma
Cuando te busco a mi costado, y no encuentro
Esos ojos marrón que me enloquecen
Y ahora mismo estarán observando estas mismas estrellas
Quizás hasta otras gentes.
Prefiero desgarrarme los deseos
Hacerme daño, llorar, arrepentirme,
Antes de acostumbrarme a este silencio
Que plantaste en mi cama,
Y echa raíces.
Quiero esperarte, desesperarme incluso
Contar los días, de adelante hacia atrás y viceversa,
Por si sobra un minuto, por si faltara menos para verte.
No quiero acostumbrarme a estar sin ti
Tú, que completas el paisaje mejor de mi existencia
Mi cuerpo frágil que no me crees, y guarda, ese poco de ti
Que me estremece el vientre, pero no alcanza…
Pídeme que me acostumbre a tu presencia
Poblando mis rincones y mis días,
A tu angustia a veces, a tu melancolía
A tus preguntas y a todos tus reproches.
Por ti me será grato lo que cerca
Ese abrazo brutal que a veces duele
Todo puedes pedirme, a todo acostumbrarme,
Menos a estar sin ti, amor,
Mira que no obedezco.
La Coka Cola del olvido
Búscame la ropa y los zapatos, madre mía.
No me llores, todavía es temprano
Yo sobreviviré al vicio de estos días,
Al mar y a los gorriones.
Y regresaré a casa.
No dejaré que cargues la cruz de la desdicha,
Prefiero dar mi hombro, mi cintura y el sueño.
No me preguntes nada.
Más te vale no saber,
Negarlo todo, cuando vengan los verdugos.
Si es necesario, olvídame tres veces,
A mí, el hijo amado que criaste en tu seno y
Mantuviste a salvo de la hambruna,
El frío y las consignas.
No temas.
Yo regresaré a casa, con mi madero,
Algún día.