Archivos Mensuales: febrero 2014
Si pudiera preguntarle a Fernando…
Ayer mismo le puse el punto final a una crónica por la salida en libertad de Fernando González, después de más de 15 años de prisión.
Fernando González Llort, para quienes no lo conocen, es un cubano que en los noventa se fue hacia Los Estados Unidos con la misión expresa de vigilar de cerca a Orlando Bosch, un terrorista confeso que no requiere de presentación, por lo menos en estos dos trozos de tierra que casi se besan sobre las aguas saladas del Mar Caribe, y fue capturado y condenado a 19 años de cárcel, que luego se redujeron a 17 con 9 meses y después a unos meses menos.
En la crónica anunciaba que el cubano, si todo salía bien con las autoridades de emigración, debía regresar en una semanas. Pero la tinta todavía no se había secado bien en los periódicos cuando los canales de la televisión de abrazaron para transmitir su llegada a Cuba.
Y, la verdad, hubiera querido estar en el José Martí, sentirme una intrusa en ese momento que es profundamente familiar pero que, desde se saben sus proezas, se convirtió sin remedio en un asunto nacional, y preguntarle.
Preguntarle, por ejemplo, qué se siente cuando se regresa a una Patria agradecida. Preguntarle, después de lo público, qué es lo primero que hace un hombre que ha pasado más de 20 años lejos de los suyos. Cuán grande es la culpa del sobreviviente, de quien sabe que queda salvo pero deja a otros atrás que se merecen tanto como él la libertad. Si lo que recuerda es más o menos bello que lo que dejó. Si se atreverá a echar un pasillo con Van Van en el concierto de mañana en la escalinata universitaria, al cual seguramente irá. Y qué le pide a la vida a estas alturas, qué sueña, qué hará, si todavía le caben en el alma nuevas utopias y, sobre todo, cómo logra un hombre condenado aunque inocente no renunciar a sí mismo, y seguir amando, sólo decir te quiero.
Panaderos, pa la calle

A inicios de esta semana, y acuciada por las opiniones ante las prohibiciones a los panaderos de pan especial a domicilio, empecé a escribir esto:
Lo malo y lo bueno, lo legal y lo ilegal son, cuando no se trata de derechos fundamentales, un resultado de la construcción social, el final de una historia que comienza con un grupo de personas que se sientan y tratan de abarcar, en lo posible, los fenómenos de la sociedad en su conjunto.
De ahí, de personas y sus interioridades, estudios y prejuicios, salen las leyes. Así, en el siglo pasado, todavía bajo el dominio de España, se prohibía en Cuba que los negros y mulatos ejercieran los oficios artesanales de la Colonia –los panaderos, carpinteros, zapateros, herreros–, ni siquiera los trabajos considerados inferiores– de limpiabotas, basureros y vendedores de periódicos. Lee el resto de esta entrada
Lo que yo vi en Conducta
Lo peor de Conducta es que, ni siquiera en los primeros minutos, uno siente que Chala, al final, tenga la más mínima posibilidad de salvarse. La visión del espectador, pues, es idéntica a la de Raquel, Carlos, Marta, el jefe de sector, a quienes no obstante, desde la comodidad de los bucatones, juzgamos.
Sólo Carmela ve algo diferente. Un algo que, y mira que rebusco en los fotogramas, no se me ocurre, como tampoco a ninguno de sus coprotagonistas en la película. Lee el resto de esta entrada
Carlos Rafael propone…
Parecería mentira que Carlos Rafael González Barbán esté ya en los 40 -de aparentarlos nada, bueno es decirlo- , de los que ha dedicado más de la mitad a las artes plásticas.
Para que no queden dudas, no obstante, propone una exposición que es un regalo y, al mismo tiempo, una deuda con el barrio que lo vio correr desnudo, soñar y enamorarse por primera vez de espacios y muchachas, y crecer como hombre, padre de familia, hijo, esposo y artista. Lee el resto de esta entrada
Un cuento corto
Mi amigo, Richar Wilson, me escribió esta mañana, después de leer uno de mis últimos post, y me dijo «Lili, yo quiero comentarte una historia, para ver si te sirve de algo», y contó. Contó que aquello había sucedido cuando aún era joven y vivía en Cuba, cerquita de mi casa, a unos metros de la Estación de Ferrocarril.
Un día, me dijo, en esos años en los que tenía la cabeza en «los bolsillos», iba pasando con unos amigos por la Cafetería de la Terminal de Trenes cuando un loco les pidió un peso. Entre los tragos y el bonche, esa manía tan nuestra de chotearlo todo, me confesó, terminaron burlándose del hombre que, tranquilamente, les «devolvió» unas palabras que recuerda hasta hoy:
«Está bien, pero recuerden que la vida es rotativa y circuntancial». Y aquello, rememora Richar, le removió hasta el alcohol en la sangre. Fue una inyección de realidad, un recordatorio de que sólo el presente es seguro, que el futuro es una incógnita con tantas variables que apostar por uno posible es una pérdida de tiempo. Pero, sobre todo, es una magnífica lección de empatía.
Tanta fue la impresión que, «al llegar a la barbería -a menos de cien metros de donde todavía permanecía aquel hombre, que cree un loco hasta hoy- yo regresé sobre mis pasos y le di el peso que antes le había negado. Le compré la enseñanza y valió la pena. Desde entonces la llevo conmigo».
Cabeza
Alexis es mi amigo desde que estaba, más o menos, en primer año de la carrera de Periodismo. Pensándolo bien, son casi 15 años, casi los 20 que decía Gardel que no eran nada.
La primera vez que lo vi, si no me falla la memoria, fue frente al ferrocarril. Me paró sin más, dijo que le encantaba mi naturalidad en la televisión, y me regaló un ramito con los mamoncillos más dulces del mundo.
Yo le di las gracias por la admiración desmedida -Alexis no sabe admirar de otra manera sino con esa pasión que a algunos parecería enfermiza pero que, una vez que te acostumbras, te arrulla y te embriaga- y seguí mi camino, si eso fuera posible, un poquito más gorda. Lee el resto de esta entrada