Unos arrojan el cubo de agua a la calle, para que se lleve lo malo. Otros se comen las uvas, se dan besos, se arrodillan. Hay quien guardó el agua bendita para santificar la casa y el cuerpo, el que heredó una oración, una frase, quien se persigna, quien hace el gesto del solavaya, quien da tres vueltas…
Para Sonia Valle Acosta, desde hace varios años, el fin de año se despide con fuego. “Me traje la tradición de la Habana, donde viví casi 10 años. Allá, en Buena Esperanza de Güira de Melena, todos los vecinos hacían un muñeco para quemarlo el 31 de diciembre, justo a las 12 de la noche”.
Según la tradición, se “monta” el 6 de diciembre, “lo que significa que se termina y ese día se saca a la calle, ya sea en un portal, o en la entrada de las casas, para que todo el mundo lo vea”, explica.