Mi Che
Ya sé que la idea era que fuéramos como él, pero lo mío era otra cosa. Algo muy dentro de mí se estremecía cada vez que encontraba su mirada en las paredes. Sus fotos son las primeras y únicas que guardo de los grandes hombres de todos las edades gloriosas de Cuba.
La primera vez que lloré por amor fue cuando me enteré de que aquel hombre estaba muerto, y no muerto de ayer, sino desde hace muchísimos años, y entonces me pareció un enorme acto de sadismo el tratarlo como si estuviera vivo. Quién sabe cuántas niñas y niños lloraron, cada cual en su tiempo, por esa muerte antigua.
Un llanto que todavía no para, porque cada día amanece un nuevo símbolo de odio o de recuerdo. Sus restos en una urna, recorriendo un país que por unas horas fue el más silencioso del mundo, las fotos de su muerte, su cuerpo amarrado a un helicóptero, la sonrisa de sus verdugos, su carta leída una y otra vez, los detalles de su asesinato, porque eso fue.
Yo sé que la idea era que fuera un símbolo de la resistencia y de lo mejor que podía tener un revolucionario, pero en estos años muchas veces me he preguntado si su coherencia a rajatabla hubiera resistido a la debacle y el oportunismo que, más de una vez, masacraron lo mejor del nuevo proyecto de país.
Si fuera un renegado o un acomodado. Si fuera capaz de ir en bicicleta o en transporte público a su ministerio, a su delegación…, o los años le irían desgastando la temeraria honestidad de los años en los que se nos convirtió en un referente de lo justo.
Si hubiera sido de capaz de enderezar el rumbo a golpe de no plegarse a las conveniencias, de no temerle al consenso general, de levantarse cuando era necesario y callarse lo superfluo. Si hubiera sabido insunflarle a la Revolución el justo concierto entre el sueño y lo posible. O no.
Algo, eso sí, hubiera cambiado. Él o nosotros. Yo quiero pensar que nosotros.
(Un dia como hoy, en La Higuera, en la selva boliviana, Ernesto Ché Guevara fue asesinado por orden de la CIA. La mano que le dió el tiro de gracia -ya estaba herido desde el dia anterior- fue la del soldado Mario Terán, quien en 1977 contó a la revista Paris Match cómo fueron los últimos minutos del guerrillero:
Dudé 40 minutos antes de ejecutar la orden. Me fui a ver al coronel Pérez con la esperanza de que la hubiera anulado. Pero el coronel se puso furioso. Así es que fui. Ése fue el peor momento de mi vida. Cuando llegué, el Che estaba sentado en un banco. Al verme dijo: «Usted ha venido a matarme». Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder. Entonces me preguntó: «¿Qué han dicho los otros?». Le respondí que no habían dicho nada y él contestó: «¡Eran unos valientes!». Yo no me atreví a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentía que se echaba encima y cuando me miró fijamente, me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido el Che podría quitarme el arma. «¡Póngase sereno —me dijo— y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!». Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y empezó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en el hombro y en el corazón. Ya estaba muerto.)
Publicado el octubre 9, 2015 en Uncategorized y etiquetado en #EEUU, Che Guevara, cia, Cuba, patria. Guarda el enlace permanente. Deja un comentario.
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