Archivos diarios: diciembre 18, 2010
Un rezo a Babalú Ayé
Es un día de creyentes. En cualquier momento, empezarán a sonar los tambores batá en las casas de culto a San Lázaro, Babalú Ayé, el pobre leproso sobre muletas y acompañado sólo de perros que le lamen las llagas, el amigo de Jesús y resucitado por éste según la tradición bíblica, que cada 17 de diciembre mueve la fe de millones de cubanos.
Negros y blancos participarán en los bembés, donde se entonan los cantos rituales al santo de las hormigas para que traiga cosas buenas, salud, prosperidad, abrazos, amores, futuro…, y se ofrecen frutas frescas, millo, maíz y arroz tostados, dulces, un trago de ron, preferiblemente aguardiente de caña, cerveza, licor dulce, miel, agua para aclarar…
A mitad de ritual, los altares, que pueden ser ricos o pobres, con un santo diminuto o suntuoso, pero en el que no falta la fe en el milagroso y se da lo mejor que se tiene, o se reúne…, se reparten los dones y la comida entre todos los presentes, en una ceremonia de hermandad que se traduce en alegría y esperanza.
Piden los hombres que el santo los proteja contra las enfermedades de la piel, él que es patrono de las curas milagrosas, los mismos que le temen por severo e implacable con los hijos que no obedecen o se olvidan de cumplir sus promesas, porque él que era muy mujeriego y según la tradición yoruba contrajo la lepra en sus correrías, ahora anda por el mundo predicando las buenas costumbres y el comportamiento recto.
Lo cierto es que junto a Oshún y Shangó, el culto a Babalú Ayé es uno de los más arraigados en la isla, con miles de practicantes y otros tantos devotos, muchos de los cuales recorren cada año la ruta hasta la iglesia del Rincón de San Lázaro, en la Ciudad de la Habana, sobre sus pies o de rodillas.
Acompañado de sus fieles perros, nombrados Maravilla y Siempre Viva, llagado y encorvado, camina penosamente sonando unas tablillas que anuncian su presencia, para que la gente huya y pueda librarse de su contagio. Su vestimenta es de saco de yute con retazos de cintas moradas, y porta una escobilla de varetas de palma de coco con la que, junto a la hierba escoba amarga, limpia y purifica a los enfermos. Babalú-Ayé castiga mediante la gangrena, la lepra y la viruela. Le pertenecen todos los granos, y las mujeres a quienes aconseja en asuntos amorosos.
Pobre en lo material pero portador de magia y dominio espiritual, de fuerzas ocultas a las que obedecen ciegamente. Es además muertero, sabio como Orula y justo como Obbatalá. No es solamente el dueño del carretón que conduce los cadáveres al cementerio, sino que ya en sus recintos, es quien realmente recibe a todos los muertos. Sus collares son de cuentas blancas rayadas en azul.
Lo explica también que es uno de los orishas mayores, un santo de fundamento y en los primeros lugares del orden ritual. En la cultura cubana, San Lázaro simboliza el pan de los pobres, la esperanza de los humildes y la sanación de los enfermos. En general, los no conocedores lo consideran más benévolo que Shangó.
Impresiona, por ejemplo, que muchos de los que van a esas fiestas no son creyentes. Se convocan, en torno al altar, a vecinos, familiares, se reciben especialmente los niños, y se acoge a cualquier pendenciero que, sea cual fuere su religión y creencia, comparte el ritmo de la celebración, salvada la curiosidad.
Cuando crece el ritmo del tambor, algunas personas empiezan a montar el santo, con estremecimientos que parten de los hombros y contorsionan todo el cuerpo, ojos en blanco y balbuceos que pueden ser revelaciones claras o ininteligibles, en lo que los viejos llaman lengua.
Contrario a lo que se piensa, la violencia y los malos actos no son propios del bembé, que casi siempre se hace en la casa de un hijo de respeto, devoto y con varios discípulos que cuidan el honor de las fiestas. También el temor frena los brazos y a los envalentonados, aunque el aguardiente corre al igual que otras bebidas dulces.
Un canto a Babalú Ayé…Esta es la noche…