Boca de Jauco #Matthew

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#Guantanamo #Matthew Acabando de llegar de Boca de Jauco, el primer Consejo Popular de Maisí, hasta ahí pudimos llegar por un puente que colapsó y que el río sobrepasa todavía.

La devastación es grande. La mayoría de la gente dejó de llorar y trabaja, trabaja desde que regresó de las casas más resistentes, del consultorio, de las cuevas por donde pasaron las hora más duras y que ahora se ven en el horizonte. «El viento incluso desde allá se oía como si nos fuera a tragar», me dice alguien. Y eso que era la piedra, la montaña la que los guarecía.

En boca de Jauco son un centenar de viviendas de una sola planta, casi siempre con paredes de bloques y techos ligeros, la mayoría afectadas. Son muchas las que han perdido totalmente el techo. El fibrocemento no aguantó, el zinc tampoco, pero este al menos puede recuperarse. La gente, desde la mañana, recorre la playa, el pequeño espacio de arbustos que los separa de la costa, en busca de sus techos.

Solo un dueño o dos puede jactarse de su casa totalmente ilesa. Los que solo perdieron el techo de un cuarto, de la cocina, del baño se sienten afortunados.

La bodega perdió la cubierta y, por la tarde, varios hombres tratan de salvar lo que se pueda y, a un costado, otros desgranan las pelotas de arroz mojadas por la lluvia y las ponen a secar en las afueras. Se reparten los primeros alimentos. Por hoy, cinco libras de arroz y dos de azúcar por cada familia.

Los niños juguetean  entre los escombros y saltan sobre los colchones puestos al aire libre, para que los seque el sol que todavía no se atreve a salir del todo. Inocentes. Algunos más ajenos que otros. María Carla, de ocho años, dice que su casa perdió solo algunas tejas, pero que Vanessa, Carlos, Sandro…, sí están peor. Hoy, si no los acoge un solidario, tendrán que dormir a la intemperie.

La ropa es lavaba y tendida. Los muebles esperan afuera todavía. Entre escombros, una señora recuerda y llora. Llora y recuerda. Nosotros lloramos también, escuchándola, grabando las lágrimas que seca con un pañuelo de colores que pareciera de otro mundo entre tanto gris. Tiene 87 años y esta es la segunda vez que se queda sin casa.

Flora y Matthew. 1963 malo y 2016 lo peor que ha visto.

“Pero al menos estamos vivos, mi familia está viva”. Dice y llora. “Es que no puedo parar de recordar. Estábamos en el consultorio varios ancianos, postrados, niños, y de momento sentimos una explosión en el segundo piso, que luego supimos era un pedazo del techo que no resistió. Pensamos que el mar nos iba a tragar, y todas las mujeres nos abrazamos y empezamos a llorar”, todavía se excusa.

Junto al cartel de Maisí, con el faro, la polymita, el sol que nace…, de medio centenar de casas a solo una le resistió el techo. El resto es un amasijo de tablas, camas, cunas, macramés, horcones a plena luz y muebles a los que pasará mucho tiempo antes de que se les pueda desprender el salitre.

Afuera, al fondo de las tendederas de ropa, entre colchones y paneles solares de la escuelita, perdida también, alguien colocó una bandera cubana. Es la bandera de la escuela, pero no en su asta, no porque se haya quedado ahí…, sino en un palo rústico, sujeto donde un horcón sujetaba un techo que no existe, sobre paredes que también se llevó el huracán.

“La pusimos nosotros porque somos revolucionarios y queríamos que supieran que estamos aquí, y que esperamos ayuda”, dicen a los reporteros, cada uno por su lado.

El cartel, la bandera y la gente forman un cuadro extraño, y lo reportamos en silencio. Los que trabajan cocinando lo que parece un sopa, moviendo lo mojado de aquí para allá, removiendo escombros…, cuando les preguntamos, también se echan a llorar.

Nadie debería ver perder todo por cuanto luchó toda la vida. Nadie debería verse en la necesidad de preguntar qué significa eso, de fotografiar el desastre, la foto bien compuesta de la tragedia con el cartel, la bandera, lo que quedó secándose al sol.

Les espera una noche dura. Algunos dormirán en casas solidarias, otros preferirán quedarse entre sus escombros, no sea que la mañana los encuentre en otros sitios: la humanidad sorprende siempre desde los extremos en momentos de desastres. Y recordarán, volverán a recordar el miedo, la furia del mar, del viento, de la lluvia.

Nadie olvidará esa noche de Matthew en la que ni los muertos lograron descansar en paz.

 

 

Acerca de Lilibeth Alfonso

Periodista del periódico Venceremos.

Publicado el octubre 7, 2016 en Uncategorized. Añade a favoritos el enlace permanente. 3 comentarios.

  1. lacomparto en redes. TRemendooooo

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  2. Yo también comparto. En mi corazón están todos. Ánimos y mucha salud.

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  3. Taimí Fernández Pérez

    Me niego a leer textos como este porque no aguanto tanta trsiteza y seguir llorando al imaginar el sufrimiento de esas personas, pero la tentación de saber por lo que pasan esos coterraneos es más es mucho más fuerte. Quiero ayudarlos, quiero estar con ellos, de momento lo comparto yo también en las redes.

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