Cabeza
Alexis es mi amigo desde que estaba, más o menos, en primer año de la carrera de Periodismo. Pensándolo bien, son casi 15 años, casi los 20 que decía Gardel que no eran nada.
La primera vez que lo vi, si no me falla la memoria, fue frente al ferrocarril. Me paró sin más, dijo que le encantaba mi naturalidad en la televisión, y me regaló un ramito con los mamoncillos más dulces del mundo.
Yo le di las gracias por la admiración desmedida -Alexis no sabe admirar de otra manera sino con esa pasión que a algunos parecería enfermiza pero que, una vez que te acostumbras, te arrulla y te embriaga- y seguí mi camino, si eso fuera posible, un poquito más gorda.
Después, aunque ahora no podría jurar que él mismo no lo hiciera notar para ganarme por los lazos amigos que nos unían, me dijo que era hermano de Pititi y de Liuvan, por entonces los cabecillas de una tropa genial y variopinta que se convirtió en mi único grupo de amigos cuando mis evidentes desvaríos y la rebelde independencia que me gané por haber nacido en una familia que lo ve todo mal, menos lo propio, deslindaron mis intereses de los del grupo natural de las muchachas de mi edad y mi escuela.
Sólo sé que desde aquella vez las visitas en mi casa se multiplicaron y siempre traían sorpresas. Me acostumbró a los caramelos, a los trocitos de caña que me traía desde la finca familiar, cuidadosamente pelados y troceados, a los mamoncillos dulces cuando llegaba el tiempo, me acostumbró a decirme qué linda estás, me acostumbró a sorprenderme y se acostumbró él mismo a mi felicidad contagiosa ante sus sorpresas.
Pensándolo, le agradezco muchas cosas por las cuales nunca, hasta ahora, le he dado las gracias debidamente, con palabras.
Le agradezco Keith Jarret y sus solos de Bach, le agradezco el Réquiem de Mozart, la agradezco Juan Salvador Gaviota, las tardes de cofradía tirados en el piso de su apartamento, para no dejar fuera al tacto en el deleite sin igual de la música, de las gaitas de Hevia o de los mantras de monjes tibetanos, le agradezco el arte y la belleza como conceptos de vida.
Le agradezco las historias de tantas cosas, le agradezco ser mi Diego en esta ciudad que no es La Habana pero se quiere tanto y se subestima tanto como cualquiera.
Hemos pasado por mucho. Creí que lo perdía muchas veces. Porque Alexis, mi amigo, ha pasado más de una década de su vida luchando contra el cáncer, venciéndolo a su modo. Con yoga, con comida apuryeva, con todos los hierros.
Más de una vez, incluso en aquellos años de Universidad, partí hacia Santiago después de un abrazo que pensé que sería el último, y me pasaba la semana en vela, velando el latir de las noches.
En esos días, le afectaba mi alegría, la lozanía con que llegaba a su rincón después de brincarme los tres pasos de escalera para llegar a su piso, y me pedía calma, silencio, empatía. Pero le ganaba una y otra vez con la lógica fulminante de que la vida tiene que celebrarse mientras se tiene, que ya habría tiempo de llorarlo cuando, al final, se fuera.
La última gravedad la hizo hace más de dos años. Se iba, casi, se despidió incluso de los más allegados, de mí. Yo le hice un poema o una canción que me costó la calma varias noches, pero ganó la vida, por suerte para todos.
Cuando volvió, vestido de blanco y con una sonrisa cómplice de quien algo le sabe a la pelá, me anunció que había decidido cambiarse el nombre. Seré Al Ananda, me dijo un día después de hacerme el cuento de la vaca pinta y de todos los trabajos para que el Registro Civil le aprobara semejante santo, algo que sucedió, finalmente, un buen día a instancias de una funcionaria que, al parecer, pensó que estaba cumpliendo la última voluntad de un moribundo, sin saber que, para mi amigo, aquella era la primera voluntad de un nuevo vivo.
Y aquí sigue. Dejándose vivir, porque morir no sabe.
Publicado el febrero 1, 2014 en Lo mío primero..., Uncategorized y etiquetado en Alexis cabeza, amistad, Cuba, Guantánamo, sobreviviente, yoga. Guarda el enlace permanente. 4 comentarios.
Interesante relato.
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Gracias Maritza, sólo falta su foto…
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conmovedor. Ay Alexis!!!! ay Lilibeth que falta hace clonarlos a los dos
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Gracias por el relato, Alexis, era mi hermano…
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