Husmeando en Segunda Cita, el blog de Silvio Rodríguez, encontré un post que para muchos será toda una herejía, sobre todo después de aquella guerrita de los emails que desencadenó los empolvados odios sembrados durante el llamado Quinquenio Gris en Cuba. Pero la herejía es buena, sobre todo cuando llama a las cosas por su nombre. Los culpables, no siempre son los únicos ni los más grandes culpables, y a veces no hicieron lo que quisieron sino lo que pudieron. Cuando aquellas semanas de purga, todos los cañones enfilaron contra Pavón y algunos otros funcionarios que, torpeza, provocación u olvido, salieron en dos espacios televisivos que fueron también blanco de las críticas más rabiosas. Yo creo en la mirada sin tapujos, así que aquí va…
Pavón
A mediados de 1966, oficialmente, yo era un recluta de la unidad 2103, el centro de comunicaciones del Estado Mayor del Ejército de Occidente. Pero en la cotidianidad era dibujante y periodista de la revista Venceremos, que pertenecía a la Sección Política. Aquella dualidad sucedía porque los soldados del Servicio Militar Obligatorio (SMO) no podíamos ocupar cargos administrativos hasta que no pasáramos año y medio de preparación combativa (por entonces imperaba la idea de que la contingencia fortalecía la moral). Aunque yo había superado el período requerido, porque hacía ya dos años de que era recluta, continué perteneciendo a dos unidades hasta que ocurrió una gran reestructuración militar.
Recuerdo la mañana en que reunieron, en el patio del Estado Mayor, a los oficiales de las diferentes direcciones para comunicarles a qué unidades serían trasladados. Sólo unos pocos sabían su destino y por eso se respiraba la tensión. El deseo de la mayoría era quedarse, al menos, en unidades equivalentes a aquellas donde se habían desempeñado, pero a algunos les tocaría ser trasladados a unidades de combate, monte adentro.
Dadas mis indisciplinas reiteradas, yo daba por descontado que me iban a enviar al peor lugar posible. Pero gracias a la gestión personal del teniente Oscar Azúa Casal, mi jefe y director de Venceremos, fui trasladado a la revista Verde Olivo, órgano oficial de las Fuerzas Armadas, cuyo director era el primer teniente Luís Pavón Tamayo.
Mi viejo jefe tuvo la gentileza de llevarme hasta la Plaza de la Revolución, donde quedaba Verde Olivo, y de presentarme a mi nuevo jefe. Si Azúa era un combatiente enamorado del trabajo intelectual, uno de los escasos que había conocido en las fuerzas armadas, Pavón me pareció un intelectual que realizaba una labor combatiente. Uno no podía equivocarse con su físico enjuto y con aquella voz tan queda, casi imperceptible, porque su imagen delicada de pronto podía irradiar mucha firmeza. Por suerte me regañó una sola vez, por cierto con toda razón, cuando hubo una alerta de combate y tardé unas horas en aparecer… Bueno, fueron dos: la otra fue la mañana en que vio las fotos que yo había puesto a secar en los azulejos de su baño… O fueron tres, quizás.
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1967, cumpleaños en la revista Verde Olivo, Pavón mirando a cámara |
Verde Olivo era una unidad militar en plena Habana y todos los trabajadores de la revista, que por supuesto eran soldados, se iban a dormir a sus casas… excepto los dos reclutas que prestábamos servicio allí. De mí solía haber quejas, porque el dormitorio quedaba en la azotea, y aquella era la zona en que yo practicaba la guitarra. Pero Pavón no escuchó a los quejosos y nunca me regañó por serenatear a los elementos. Incluso me felicitó cuando le dije que iba a aparecer en la televisión.
Además de escuchar mis cancioncillas iniciáticas, él había leído algunas cuartillitas que se me quedaban abandonadas por los burós. De pronto hubo un premio literario de las FAR y me dijo que armara un libro y lo mandara al concurso de poesía. Cuando iba a cerrar el plazo, se enteró de que no lo había obedecido (creo que aquel fue el tercer regaño) y me condenó a pasar la madrugada escribiendo aquellos engendros a máquina, además con dos copias.
Pavón me mostró a poetas, sobre todo cubanos, que yo no sabía que existían. Gracias a ello otra dimensión de lo nuestro se me abrió para siempre. Por él conocí a Eliseo Diego, a José Zacarías Tallet, a Fayad Jamís, a Rolando Escardó. Me prestó, además, la primera edición que yo viera de los sonetos completos de Shakespeare, y cometí la impudicia de devolvérsela 20 años más tarde –eso sí, mejor encuadernada.
En días pasados, estando en Buenos Aires, supe que había fallecido, y la verdad es que lo estoy sintiendo mucho. He pensado en aquel hombre de Holguín que fue tenedor de libros, maestro, vendedor ambulante, mozo de limpieza, profesor de Literatura, abogado, periodista y soldado. He pensado en su primer libro de poesía, «Descubrimientos», donde se puede leer:
«…Todas aquellas cosas que hasta
entonces poblaron el universo
yacen sumidas en el aire amarillo y gris que ya no respiramos.
Entonces,
me veo allí,
sentado sobre la hierba,
con los pies desnudos y sucios
rascándome una nigua.»
En la etapa en que Pavón dirigió el Consejo Nacional de Cultura, hubo injusticias con algunos escritores y artistas, por culpa de visiones estrechas. Creo que se ha exagerado su responsabilidad en aquello. Pienso que es necesario analizar el entonces más profundamente, desde diversos ángulos, para no caer en otro tipo de extremismo. Así algún día se podrá decir, con fundamentos, que sí, que hubo errores, pero que no todo fue gris en aquel quinquenio.
Me gusta el artículo, y, sí; situaciones como estas hay para una enciclopedia en nuestro país. Esperemos que el tiempo permita, al menos, ir resarciendo tanto daño ( sobre todo moral) causado,
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Gracias. Hace falta, sí, y sobre todo el tiempo debe permitir que no vuelva a pasar…
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